El cine, como toda creación artística, se permite licencias que contradicen flagrantemente las leyes científicas verificadas, pero pocas son las películas que lo hagan presumiendo de cientifismo. Describimos el caso de Un viaje alucinante, dirigida en 1966 por Richard Fleischer cuya primera pantalla es:
The makers of this film are indebted to the many doctors, technicians and reseca scientists, whose knowledge and insight helped guide this production.
Si en las películas de hormigas gigantes se desprecia el hecho de que las patas del insecto (que pueden aguantar hasta 10 veces su peso en tamaño normal) se quebrarían por el peso de su inmensa masa, en Un viaje alucinante se reduce un submarino (con su científica tripulación) al tamaño de un glóbulo blanco. Lo curioso es que todo mengua menos el combustible nuclear, que en aquella época se debía de considerar intocable.
El objetivo de operar desde dentro del cuerpo es algo posible, como bien sabemos hoy, pero no con liliputienses infiltrados. El fantástico viaje por arterias, venas, corazón, oído y nervio óptico no se parece en nada a aquel maravilloso de Gulliver con su espléndida sátira social.
Isaac Asimov dedicó todo un delicioso libro a mostrar la inconsistencia de la película, que se hubiera dejado ver mejor sin el excesivo trascendentalismo que rezuma.
Hemos seleccionado una escena entrañable para los aficionados a las reglas de cálculo: la tecnología es la más avanzada pero el cálculo se realiza todavía con la regla logarítmica. En 1966 la regla seguía siendo símbolo y atributo del científico.